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martes, 20 de mayo de 2025

Juan 1:1 Y la visión Unicitaria del Verbo, es Dios una Unidad de personas o es Uno manifestado en distintos roles?


Juan 1:1 ha sido históricamente el texto axial en la formulación de la cristología de la Iglesia. Sin embargo, apologetas unicitarios —defensores de una visión modalista de la Deidad, donde Padre, Hijo y Espíritu Santo son modos o manifestaciones sucesivas de un solo Dios indivisible— objetan la interpretación trinitaria tradicional de este versículo. Ellos argumentan que el Logos (la Palabra) no puede ser una persona divina distinta del Padre, sino simplemente la expresión impersonal del pensamiento, voluntad o plan de Dios. Apuntan especialmente a la cláusula final del versículo ("el Verbo era Dios"), afirmando que, al carecer del artículo definido en griego (θεὸς ἦν ὁ λόγος), no se debe traducir como “el Verbo era Dios”, sino como “el Verbo era divino” o “una expresión de la divinidad”. Según esta lectura, el Verbo no sería una persona coexistente con Dios, sino Dios mismo manifestándose en otra forma. Esta perspectiva busca rechazar tanto la distinción personal como la coeternidad entre el Hijo y el Padre, y por tanto descartar la doctrina de la Trinidad como una corrupción filosófica griega posterior.

Sin embargo, este razonamiento se sostiene sobre un uso equívoco de la gramática griega y una interpretación sesgada del contexto juanino. El predicado nominal anarthrous (sin artículo) que precede al verbo en griego koiné es una construcción común para enfatizar la naturaleza o cualidad del sujeto, no su identidad estricta. Así, θεὸς no significa “un dios” ni “como Dios”, sino que describe la esencia misma del Logos. Bruce Metzger y F. F. Bruce, entre otros, han demostrado que el griego de Juan 1:1 no permite una lectura subordinacionista sin forzar el texto.

Además, el argumento unicitario pasa por alto que el contexto inmediato de Juan 1 refuerza la divinidad del Logos como coexistente y consustancial con Dios. La frase “πρὸς τὸν θεόν” (“con Dios”) implica una relación cara a cara, una distinción de persona pero no de esencia. El uso repetido de “en el principio” remite inequívocamente a Génesis 1:1, pero allí donde en Génesis Dios crea por mandato, en Juan el Verbo es el agente directo de la creación. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada fue hecho de lo que ha sido hecho. Este rol activo y exclusivo en la creación no puede ser atribuido a una mera cualidad o atributo divino, sino a una hipóstasis eterna y personal.

Desde la lógica de la frase, la objeción unicitario cae en contradicción interna. Si el Logos estaba “con Dios” (πρὸς τὸν θεόν), entonces no puede ser simplemente una manifestación temporal de Dios. Ser “con” implica distinción, y a la vez, el texto afirma que el Logos “era Dios”, lo que implica igualdad de naturaleza. El ejemplo burlesco del “Johnny estaba con Tom y Johnny era Tom” es falaz porque traslada sin justificación una lógica unipersonal a un texto que presupone una relación interpersonal. El evangelista Juan no está escribiendo en la lógica de la identidad matemática, sino en la lógica relacional del ser: el Logos no es el mismo que el Padre, pero es de la misma esencia divina.

Los padres de la Iglesia primitiva, desde Justino Mártir hasta Atanasio, leyeron Juan 1:1 como afirmación directa de la divinidad del Hijo en comunión eterna con el Padre. Justino escribió que el Logos es “Dios de Dios” (θεὸς ἐκ θεοῦ), Atanasio proclamó que “no hubo un tiempo en que el Hijo no existiera”, y el Concilio de Nicea (325 d.C.) reconoció formalmente esta doctrina al declarar que el Hijo es “consustancial” (ὁμοούσιος) con el Padre. El modalismo, por el contrario, fue condenado desde Tertuliano hasta los concilios posteriores, precisamente porque diluye la riqueza relacional de la revelación trinitaria en una monarquía modal, donde el Padre, el Hijo y el Espíritu son simplemente máscaras sucesivas del mismo sujeto.

La clave del error unicitario es un reduccionismo semántico y filosófico: niega la posibilidad de distinción personal sin dividir la esencia divina. Pero Juan no se mueve en esa lógica aristotélica, sino en una revelación donde el Hijo puede estar eternamente “con” el Padre sin ser otro Dios. El monoteísmo bíblico no se compromete con la simplicidad unipersonal. De hecho, el Shemá hebreo (Deut. 6:4) emplea “echad”, que admite una unidad compuesta, no absoluta (yajid). En Juan 17:5, Jesús mismo habla de la gloria que compartía “con” el Padre “antes que el mundo fuese”, y en Juan 8:58, declara “antes que Abraham fuese, Yo soy”, afirmando así su preexistencia eterna y su identidad con el “Yo Soy” de Éxodo 3:14.

Finalmente, negar que el Logos es Dios pleno y eterno rompe con la teología de la encarnación que el mismo Juan desarrolla en el versículo 14: “Y el Verbo se hizo carne”. Solo si el Verbo era plenamente Dios puede decirse que en Cristo habita “corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). Si el Logos fuera una manifestación momentánea, no se trataría de una encarnación, sino de una ilusión teofánica. Pero el testimonio apostólico es que el Hijo fue enviado, no creado; que vino en carne, no que apareció disfrazado. La unción de Jesús como Hijo en el Jordán no lo convirtió en divino: fue el reconocimiento público de una identidad eterna.

Así, cualquier lectura que reduzca el Logos a una manifestación modalista de Dios traiciona el texto griego, el contexto literario, el testimonio patrístico y la lógica interna de la fe cristiana. El Logos no solo estaba “con” Dios: era Dios, es Dios, y sigue siendo el Hijo eterno en unidad con el Padre y el Espíritu. Y es precisamente esta comprensión la que confiere sentido salvífico a la encarnación, a la cruz y a la esperanza escatológica del evangelio. Porque el que descendió no fue una mera manifestación, sino el mismo Hijo de Dios, en quien habita toda la plenitud, y por medio del cual fuimos hechos y somos redimidos.

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