El 27 de octubre se celebrará, como es sabido, el 25º aniversario de la histórica «Jornada de oración por la paz en el mundo», convocada en Asís, en 1986, por el beato Juan Pablo II. Aquella gran iniciativa no debería hacer que se olviden otros dos acontecimientos que el mismo Pontífice promovió en la ciudad de san Francisco: la «Jornada mundial de oración por la paz en los Balcanes», el 23 de enero de 1994, y la «Jornada de oración por la paz en el mundo», el 24 de enero de 2002, en un momento de preocupante tensión internacional. El 25º aniversario —al cual Benedicto XVI ha querido dar como tema Peregrinos de la verdad, peregrinos de paz— se celebrará y vivirá en el signo de la reflexión, del diálogo y de la oración.
La reflexión, el silencio, el distanciamiento son compañeros necesarios de todo diálogo verdadero: si no existieran, este proceso correría el peligro de empobrecerse y de reducirse a un intercambio de ideas, con poco contenido espiritual e intelectual o sin él. Una vez más nos preguntaremos: ¿por qué los cristianos se empeñan en dialogar con personas y comunidades de otras religiones? Un primer motivo es que todos somos criaturas de Dios y, por tanto, hermanos y hermanas. Luego, el hecho de que Dios actúa en cada persona humana, la cual, ya mediante el uso de la razón, puede presentir la existencia del misterio de Dios y reconocer valores universales, constituye un segundo motivo. Existe, por último, un tercer motivo: descubrir en las diversas tradiciones religiosas el patrimonio de valores éticos comunes que permite a los creyentes contribuir, come tales, en particular a la afirmación de la justicia, de la paz y de la armonía en las sociedades de las que son miembros con pleno derecho.
Esa reflexión requiere tiempo, intercambio de puntos de vista, honradez intelectual y humildad. No es raro que los interrogantes que surgen en los interlocutores del diálogo necesiten un tiempo de estudio, de reflexión y también un intercambio dentro de un mismo grupo religioso en diálogo. La Jornada del próximo 27 de octubre favorecerá, desde luego, esta reflexión, tanto a nivel personal como colectivo.
El diálogo que la Iglesia procura instaurar con creyentes de otras religiones, pero también con toda persona en búsqueda del Absoluto, se coloca en la estela del particular diálogo de Dios con la humanidad a través de su Verbo hecho hombre: «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos» (Hb 1, 1-2). Ese diálogo se realiza procurando siempre conciliar verdad y caridad (cf. Ef4, 15).
El diálogo no es una conversación entre responsables religiosos o creyentes de varias religiones; no es una negociación de tipo «diplomático»; no es terreno de regateo y, menos aún, de componendas; no está motivado por intereses políticos o sociales; no busca subrayar las diferencias ni eliminarlas; no tiende a crear una religión global, aceptada por todos; no se promueve sólo por una iniciativa personal, ni como hobby; no cae en la tentación de la ambigüedad de los conceptos y de las palabras.
El diálogo verdadero, en cambio, es un espacio para el testimonio recíproco entre creyentes que pertenecen a religiones diversas, para conocer más y mejor la religión del otro y los comportamientos éticos que de ella brotan. Esto permite, al mismo tiempo, corregir imágenes equivocadas y superar prejuicios y estereotipos sobre personas y comunidades. Se trata de conocer al otro como es y, por tanto, como tiene derecho a ser conocido, no como se dice que es y, menos aún, como se pretende que sea. Gracias al conocimiento directo y objetivo del otro, se incrementan el respeto y la estima recíprocos, la comprensión mutua, la confianza y la amistad.
Se conocen bien las cuatro modalidades principales, según las cuales los creyentes están llamados a dialogar: el diálogo de la vida (comunión de alegrías y de pruebas de la vida cotidiana); el diálogo de las obras (colaboración de cara a la promoción del desarrollo integral del hombre); el diálogo teológico, cuando es posible (comprensión de las respectivas herencias religiosas); y el diálogo de la experiencia religiosa (compartir las mutuas riquezas espirituales).
En la Jornada del 27 de octubre, no faltarán los espacios de diálogo, tanto formales como informales. El primer momento —formal— estará constituido por la conmemoración del encuentro de 1986, así como por los de 1994 y de 2002, y por una profundización del tema de la Jornada: Peregrinos de la verdad, peregrinos de paz. Además del Santo Padre, intervendrán exponentes de algunas de las delegaciones presentes. Un momento significativo de diálogo será asimismo la adhesión al compromiso tomado el 24 de enero de 2002 en favor de la paz. Todos renovaránsus compromisos manifestados aquel día: «Nos comprometemos a... ». El contenido de aquel «Decálogo» se ha demostrado profético y sigue conservando toda su actualidad. Basta recordar el segundo compromiso: «Nos comprometemos a enseñar a las personas a respetarse y estimarse recíprocamente, para hacer posible una convivencia pacífica ysolidaria entre los miembros de etnias, culturas y religiones diversas» (L'Osservatore Romano, edición en lengua Española, 1 de febrero de 2002, p. 7).
Se sobreentiende que la oración acompaña siempre el inicio, el desarrollo y la conclusión de toda acción del cristiano. Entre el diálogo con Dios —la oración— y con los demás hay una relación casi natural. Esto es verdad en particular en el delicado campo del diálogo entre creyentes de diversas religiones. El cristiano comprometido en el diálogo siempre necesita luz, discernimiento, prudencia y valentía, dones del Espíritu Santo.
En el diálogo, los cristianos están llamados también a dar testimonio del espíritu de oración que los anima. La oración es una de las dimensiones en las que el cristiano hace brillar ante los demás sus buenas obras para que las vean y den gloria a su Padre que está en los cielos (cf. Mt5, 16).
Nuestros coloquios con los interlocutores musulmanes del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso comienzan siempre con un momento de oración que puede realizarse tanto con un tiempo de silencio como con la lectura de un pasaje del Evangelio y del Corán. También las comidas, momentos de convivencia fraterna, están precedidos por
momentos de oración silenciosa o por una «invocación» teológicamente aceptable por ambas partes. Aún sigue vivo el recuerdo de la plegaria del beato Juan Pablo II al concluir su discurso a los jóvenes musulmanes de Marruecos en Casablanca, el 19 de agosto de 1985: «Oh Dios, tú eres nuestro Creador. Tú eres bueno y tu misericordia no conoce límites. A ti la alabanza de toda criatura. Oh Dios, tú has dado a los hombres, que somos nosotros, una ley interior con que debemos vivir. Hacer tu voluntad es cumplir nuestro deber. Seguir tus pasos es conocer la paz del alma. Te ofrecemos nuestra obediencia. Guíanos en todas las acciones que emprendemos a lo largo de nuestra vida. Líbranos de las malas inclinaciones que desvían nuestro corazón de tu voluntad. No permitas que invoquemos tu nombre para justificar los desórdenes humanos. Oh Dios, tú eres el único. A ti se dirige nuestra adoración. No permitas que nos separemos de ti. Oh Dios, juez de todos los hombres, concédenos formar parte del número de tus elegidos en el último día. Oh Dios, autor de la justicia y de la paz, otórganos la verdadera alegría, y el auténtico amor, así como una fraternidad duradera entre las naciones. Cólmanos de tus dones por siempre. Así sea» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 1985, p. 15).
La Jornada del 27 de octubre incluirá momentos de oración, entendida como diálogo de todo creyente con Dios o con el Absoluto, cada cual según su propria tradición religiosa o su búsqueda de la verdad. La peregrinación misma, en este caso en Asís, expresa la «búsqueda de la verdad y del bien». El creyente está «siempre en camino hacia Dios», es un peregrino de la verdad, así como es peregrino todo hombre que se siente «en el sendero de la búsqueda de la verdad».
Si «la imagen de la peregrinación resume (...) el sentido del acontecimiento que se celebrará», esto significa que la oración será un elemento fundamental de la Jornada del 27 de octubre. El viaje desde Roma hasta Asís, aunque sea una ocasión de conocimiento recíproco y de diálogo informal entre los participantes, podrá ser también un tiempo de reflexión y de oración. Tras el almuerzo compartido como signo de fraternidad y de frugalidad, seguirá un momento de oración personal y de reflexión. El camino-peregrinación vespertino en silencio hacia la basílica de San Francisco también ofrecerá un espacio a la oración y a la meditación personal. Para los católicos, será significativa la vigilia de oración presidida por el Santo Padre con los fieles de la diócesis de Roma en la basílica papal de San Pedro, la noche precedente. La invitación a las Iglesias particulares y a las comunidades de todo el mundo para que organicen momentos análogos de oración ilustra su importancia en esta Jornada.
Con ocasión de la audiencia general del 14 de mayo de 2008, evocando la figura de Dioniso Aeropagita, Benedicto XVI afirmó: «Se ve que el diálogo no acepta la superficialidad. Precisamente cuando uno entra en la profundidad del encuentro con Cristo, se abre también un amplio espacio para el diálogo. Cuando uno encuentra la luz de la verdad, se da cuenta de que es una luz para todos; desaparecen las polémicas y resulta posible entenderse unos a otros o, al menos, hablar unos con otros, acercarse. El camino del diálogo consiste precisamente en estar cerca de Dios en Cristo, en la profundidad del encuentro con él, en la experiencia de la verdad, que nos abre a la luz y nos ayuda a salir al encuentro de los demás: la luz de la verdad, la luz del amor. A fin de cuentas, nos dice: tomad cada día el camino de la experiencia, de la experiencia humilde de la fe. Entonces, el corazón se hace grande y también puede ver e iluminar a la razón para que vea la belleza de Dios» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de mayo de 2008, p. 12).
Surge espontáneamente el deseo de que todos los participantes en la Jornada de Asís del 27 de octubre, así como las numerosas personas y comunidades de creyentes que se unirán a ellos, comprendan mejor el significado de lo que se afirma en la declaración Nostra aetate: «La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones es verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de lo que ella mantiene y propone, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (n. 2).
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